Sanar es una función integral. No vale con eliminar una parte del problema, como pueden ser la sintomatología. El enigma va mucho más allá de lo imaginable. Trasciende los cuerpos y el tiempo.
Sanar la mente equivale a dejarse arrastrar por la corriente sin siquiera planteárselo. De ese modo todo encaja tal como ha sido creado, con una perfección sublime.
Sanar el cuerpo es más fácil de lo que se cree. En el momento que la mente adopta la creencia de salud, el cuerpo reacciona en esa dirección y se alinea con la idea propuesta.
Sanar el alma es mucho más complejo ya que intervienen futuribles y pasados. Posibilidades y encuentros cruzados. Se trata de equilibrar energías sutiles y darles forma desde lo más elevado del ser. No es una tarea sencilla y mucho menos de entender desde la ubicación física, aunque si desde la quietud de la mente se puede visualizar ese equilibrio para iniciar su cambio.
Tal vez la amalgama de cuestiones transversales que atañen a la salud integral sea el mejor ejemplo y la mejor prueba de que no sólo existe el mundo físico. Al igual que los pensamientos, sentimientos y emociones, no surgen del mundo físico como tal, sino que aparecen desde los otros planos que lo sustentan.
Sanar consiste básicamente en equilibrar las conexiones de todos los campos involucrados en dar vida a la creación.
La sanación conjunta existe cuando se equilibran las energías en el seno de un grupo de seres, quienes dan estabilidad a cuanto se acerca a ese círculo. Determinar si un grupo o compañía es tóxico o beneficioso equivale a decir que es sanador o debilitante.