La palabra es el don divino que traslada energía hasta donde puede ser enviada. La expresión que hace visible lo invisible. Que es capaz de crear una realidad en la mente receptora.
La palabra tiene un gran poder, tanto si se usa en uno u otro sentido. Ameniza y amenaza. Da esperanza y atormenta. Eleva y aplasta. Define y confunde. Susurra y grita. Elucubra y acierta. Acompaña y abandona. Ama y odia. Siente, vibra, vive, late, toca, anima y lleva implícita la virtud de la comunicación humana, en toda su dimensión y complejidad, con toda su locura y elocuencia, con el ímpetu de un joven y la sabiduría de un anciano.
Algo tan simple ha sido el motor de unidad para lograr avanzar como especie.
Pero la palabra es usada de un modo poco responsable. El humano ha encontrado en ella un refugio para sus propias frustraciones y deriva parte de su energía en crear palabras sin contenido o sin meditar.
La palabra debe ser pronunciada desde dentro hacia afuera. Nunca debe ser fruto de una reacción hacia lo externo. Mucho menos su lo externo está desequilibrado.
Que tu voz sea la voz de tu corazón y tus palabras las palabras de un Dios creador de realidades.
Crea la palabra que defina el mundo que tú quieres, el mundo que anhelas, el mundo que sueñas y donde vivir sería un regalo. La palabra hostil trae consigo montañas de odio, sufrimiento y enfrentamiento. La palabra dulce y pura hace que todo sea nítido y avance sin fisuras.
Permítete sentir tus palabras antes de ser pronunciadas o escritas y tu vida no será la misma.